Cuando se habla de los mataderos y se denuncian las aberraciones a las que someten a los animales dentro, casi nunca se habla de una de las partes implicadas más importantes: los trabajadores.
De ello se ha encargado la BBC, quienes han publicado un reportaje con el escalofriante testimonio de una veterinaria exempleada de uno de estos mataderos que relata las traumáticas vivencias a las que se expuso con sus compañeros.
«Son lugares sucios y mugrientos. Hay heces de animales en el suelo, ves y hueles tripas, y las paredes están cubiertas de sangre. Y el olor… Te chocas con él como si fuera un muro cuando entras por primera vez y luego permanece en el aire. El olor de los animales moribundos te rodea como vapor», cuenta la mujer.
La anónima explica cómo comenzó a tener pesadillas al poco de comenzar a trabajar. «Al final de la línea de sacrificio, había un gran hueco que estaba lleno de cientos de cabezas de vacas. Cada una había sido desollada y toda sus carne vendible eliminada. Pero todavía tenían sus globos oculares», relata, para hacer una confesión durísima: «Cada vez que pasaba por ahí, no podía evitar sentir que tenía cientos de pares de ojos mirándome».
Uno de los matarifes que trabajaban allí, relata, fue el que vivió la peor experiencia. «Nunca olvidaré cuando, llevando yo algunos meses en el matadero, uno de los chicos abrió una vaca recién sacrificada para destriparla y el feto de una ternera cayó de ella. Estaba preñada. El joven empezó a gritar y tuve que llevarlo a una sala de reuniones para calmarlo; lo único que podía decir era: ‘Simplemente no está bien, no está bien’, una y otra vez».
«Algunos desarrollan alcoholismo, a menudo entrando en el trabajo con un fuerte olor a licor. Otros se volvieron adictos a las bebidas energéticas y más de uno tuvo un ataque cardíaco, hasta el punto en el que fueron retiradas de las máquinas expendedoras», explica.
Además, admite que los problemas mentales son algo frecuente: «El trabajo en el matadero ha sido relacionado con múltiples problemas de salud mental. Un investigador usa el término ‘síndrome traumático inducido en el perpetrador’ para referirse a los síntomas del trastorno de estrés postraumático que sufren los empleados de mataderos», explica.
De hecho, asegura que ella misma lo sufrió: «Personalmente, sufrí depresión, una condición exacerbada por las largas jornadas laborales, el trabajo incesante, y por estar rodeada de muerte. Después de un tiempo, comencé a sentir ganas de suicidarme».
Poco después, decidió dejar el empleo y, con terapia pudo mejorar. Pero no fue así para uno de sus compañeros, quien la contactó meses después para contarle que uno de sus colegas, «cuya tarea era despellejar las carcasas, se había suicidado».