El diario ‘La Vanguardia’ ha tenido la oportunidad de entrevistar a Akram, un hombre de 27 años que se dedica a traficar con personas de Marruecos que buscan una vida mejor en España.
El traficante cuenta que lleva tres años en este negocio «para ganar dinero, mucho dinero». Según él, ha perdido la cuenta de la cifra de pateras llenas de personas que ha enviado a Canarias.
Respecto a la crisis migratoria, de la que ha participado, ha comentado que «antes, cada semana salían una o dos barcas, ahora algunas noches, 10 o 15 pateras. Una locura. Yo mismo he mandado seis en dos meses”.
«Si te pasas, vas a prisión. Unos enviaron 27 barcas y la policía les ha cogido. Luego solo estás 4 o 5 meses en la cárcel porque pagas y sales, pero hay que controlarse», detalla.
Akram estima que entre octubre y noviembre ha conseguido un beneficio de entre 60.000 y 70.000 euros.
«Ahora hay mucha demanda, vienen chicos de todo Marruecos y los precios suben», relata. Cada embarcación lleva entre 25 y 30 personas, cada uno de los cuales paga 2.000 euros por el viaje clandestino a Canarias, el doble que hace un año.
No todo se lo queda él. Primero hay que buscar un capitán. «No siempre es fácil, pero pagamos bien, 5.000 euros por travesía. El piloto siempre es marroquí con doble nacionalidad española o papeles, cuando llega se camufla en el pasaje y al cabo de unos días vuelve en avión”.
Además del coste de la patera, el motor fueraborda de 25 caballos y la gasolina, en total unos 20.000 euros de inversión, hay que añadir el pago del intermediario que capta a migrantes, que recibe 200 euros de comisión por cada pasajero, y al ‘gran jefe’, un alto cargo de la policía que se ocupa de que la vigilancia marítima de esa noche haga la vista gorda. “Se lleva 10.000 euros por barca, casi lo mismo que yo”, comenta el entrevistado.
Akram también explica los códigos que sigue en sus «negocios»: «Si interceptan a mis clientes y los devuelven a la costa, les garantizo que les volveré a enviar sin pagar más. Solo marroquíes, ya no paso a africanos. Los negros no tienen dinero y no son de fiar. Si les pilla la policía, te delatan”.
El traficante asegura no arrepentirse de nada, pero cuenta que hay un instante donde sí tiene remordimientos: «El minuto de verles subir a la barca sí es un poco difícil. Les ves esas caras de miedo, esas miradas asustadas y te das cuenta del riesgo. Ese momento es difícil, pero después se me olvida”.
Finalmente, se permite lanzar una oferta: “Si el gobierno español o la Unión Europea me pagan, mañana dejo de enviar migrantes a Canarias”.