El feminismo no plantea un lenguaje inclusivo solamente, sino un lenguaje combativo.
En este tema no es menos cierto que es fácilmente reconocible que el machismo más sangrante no es solo patrimonio de la derecha. Por esa razón, en ciertas ocasiones confundimos a hombres de izquierdas con hombres de derechas. Porque por desgracia, tenemos una construcción identitaria de que un hombre de izquierdas no puede ser machista.
El machismo como estructura de violencia, repito, no es patrimonio de la derecha, aunque pueda resultar más evidente o llamativa por razones más bien mediáticas. Es decir, el foco mediático del machismo reside en la derecha.
La izquierda sigue siendo, como bloque, una entidad ideológica muy masculinizada y podemos observarlo en el funcionamiento de los partidos, de las jerarquías institucionales incluso en el funcionamiento y la normativización interna.
Lo restrictivo, lo normativo y las amplias consecuencias punitivas en el inadecuado empleo de cualquier cargo político, debe ser una prioridad, pero la flexibilidad, la neutralidad y el diálogo, también debe ser constituido como valores del desarrollo de un partido.
La presencia de las mujeres está empezando a ser algo importante, sin embargo, la normativa masculina ha permitido la entrada de las mujeres en superestructuras políticas sin tomar decisiones en ese sentido. Simplemente una copia masculinizada con figura de mujer para desarrollar exactamente las mismas políticas.
Al final, el sistema normativo sexual se autodestruye solo para perpetuarse, con el fin de que haya mujeres, pero que no sean feministas o incentiven políticas algo más concienciadas en ese sentido pero sin mencionar la palabra del demonio, sin embargo, seguimos en la línea de no considerar el feminismo como pilar fundamental de la política y de entenderlo como algo decorativo, reivindicativo, pero a la hora de la verdad, es de sobra conocido su inexistencia.
¿Y por qué ocurre?
No es solo un ejercicio de dominación masculina evidente, sino que también mantiene relación con el anticapitalismo. Por tanto, los partidos de izquierdas inespecíficos con el feminismo, al final, son colectivos ideológicos inespecíficamente también anticapitalistas.
No son grupos políticos que tengan el objetivo de darle la vuelta a un sistema, sino un grupo político con buenas intenciones, con un discurso, una narrativa y unas medidas adaptadas al sistema imperante que no responden ni a su propia forma de pensar.
La nueva izquierda es una revolución proletaria picando piedra, mientras su mujer le plancha la camisa. No hay un enfoque integral a la hora de cuestionar las hegemonías.
La izquierda es absolutamente incapaz de entender que la mujer es la proletaria del proletario, en todos los sentidos. Es capaz de desarrollar todo un complejo sistema de ideas contra una hegemonía política y económica, pero no socio cultural. Precisamente porque de forma cultural los hombres protagonizan las redes institucionales y la igualdad que plantea el feminismo es considerada una amenaza, tan amenazante como la revolución proletaria para la hegemonía política y económica.
Al final el movimiento contra sistema, es el mismo que se ha conquistado por otra hegemonía que impide el avance de las mujeres. Lo que quiero decir es que incluso en movimientos revolucionarios proletarios hay contrarrevolucionarios feministas.
La izquierda es un movimiento revolucionario político y económico, no social y cultural. Dominado y jerarquizado por hombres. Por tanto, es perfectamente lógico que las feministas se alejen de ese movimiento que no pretende, ni pretendía cuestionar todas y cada una de las hegemonías opresoras.
Al final no hace más que repetirse el rol de proveedor y de control. Somos los hombres de izquierdas los que dotamos de derechos a las mujeres, pero sin pasarse, con frenos y con mucha burla, condescendencia y humillación cuando proponen algo o actúan en ese sentido, porque pobrecitas mías ¿qué sabrán ellas?
Explico todo esto porque las burlas de: “sillas y sillos” “mesas y mesos” y todas las lecciones académicas y gramaticales, sobran. Porque el lenguaje no es solo resultado de pautas culturales machistas, sino una herramienta retroalimentadora y sujeta a evaluación que puede cambiarse. No es una ley física como la gravedad.
Si es una herramienta del machismo, también puede cambiarse y ser una herramienta del feminismo.
Al final, todas esas correcciones gramaticales de “lo correcto académicamente” es una falta de cuestionamiento de las dinámicas lingüísticas hegemónicas que lo único que significa es que lo correcto gramaticalmente es invisibilizar a las mujeres.
La idea de “cambiando la sociedad cambiamos lo lingüístico” es una falacia como un templo. Las dinámicas sociales se retroalimentan. Si Anthony Giddens levantara la cabeza.
Como decía Lidia Falcón, es el capital el que crea este sistema de explotación, que ya no es solo una cuestión del beneficio del trabajo explotado, sino que en el caso de las mujeres, se refiera a una explotación de sus cuerpos.
O como decía Boaventura de Sousa Santos, pensábamos que el pensamiento crítico emanciparía a la sociedad y no ha sido así. Pues probablemente, porque no hemos llegado ni al pensamiento.
De todas formas, el problema no reside en las burlas sistemáticas de los machos de izquierdas, reside en que es una forma muy violenta de vulnerar el trato a las mujeres. No pasa nada por integrar femeninos como “abogada”, “médica” o “jueza”, del mismo modo que terminológicamente “enfermero” es incorrecto y se usa sin cuestionarse.
¿A qué no adivináis por qué no se cuestiona?
Ninguna mujer feminista va criticando que un hombre que se dedica a la enfermería deba llamarse enfermerA porque es lo académicamente y gramaticalmente correcto. Sino que se entiende lógico. O la palabra “histérico”, que podría hacerse todo un estudio, básicamente por que procede de “histeros” del griego, que significa útero.
Quizás hablamos de “políticos” y no de “políticas” porque en los años 80 y en adelante, todas las personas que se dedicaban a la política, supongo que por una amalgama de casualidades sin explicación, eran hombres.
En cualquier caso, no me ofende, ni sé por qué ofende, que se utilice de forma política esta clase de interpelaciones. Al final, hablar en femenino o utilizar un neutro inventado es más bien un ejercicio de llamar la atención y que nos preguntemos el por qué y reaccionemos: “oye ¿por qué habla en femenino?” Y practiquemos de una vez la autocrítica.
El problema es que no se debate, se dice: “La RAE regla”. Sin más. Eso cierra debates y cuando no claudicas, estás sujeto a burlas de “sillas y sillos” que lo único que hace es constatar que la izquierda está masculinizada y que por tanto, los objetivos políticos de las mujeres no importan, hasta el punto en que el relato cambia y se afirma que en realidad son ellas las que ponen el foco en algo que no es el centro del debate según su consideración y ese discurso de “hay cosas más importantes” en realidad lo único que quieren decir es que lo que piensan las feministas les importa menos o nada, porque no lo han decidido ellos y que son ellos los que ponen las temáticas relevantes sobre la mesa, porque son los que tienen una verdadera y única conciencia de clase.
No es que seamos nosotros los que desvirtuamos todo un movimiento ideológico democrático y revolucionario, sino que son ellas las que lo hacen, por tanto, necesitan lecciones y más disciplina.
Al final, lo gramaticalmente correcto es invisibilizarlas y lo verdaderamente revolucionario es lo que digamos nosotros, que sabemos más.
Yo creo que deberíamos remodelar el código penal y añadir un delito por ofender los sentimientos de la RAE. Al final el PP tendrá razón y el sistema es incapaz de absorber a todo el colectivo universitario demandante de trabajo, porque estoy viendo a una cantidad ingente de filólogos doctorados enorme que deben estar todos en el paro o algo.
Decir “portavozas” no es correcto y no es lenguaje inclusivo. Es una herramienta muy útil para constatar el machismo estructural. Se valora a Irene Montero como la novia de Pablo Iglesias, como la mujer detrás de un gran hombre, como la feminazi que dice portavozas y nadie evalúa que es licenciada en psicología, tiene un máster, está haciendo un doctorado y se negó a un puesto como profesora en Harvard, para dedicarse a la política.
No la conozco, pero no creo que necesite nuestras lecciones. Por no hablar del impulso masculino de corregir constantemente todo y además, es que no podéis evitarlo, es como una necesidad decirlo. No os podéis callar y observar. De todo sabéis ¿habrá algo que no sepáis?
¿No podéis pasarlo por alto? ¿no podéis usar esa interpelación para debatir? ¿no podéis dejar el feminismo a las mujeres? ¿podéis dejar de hacer el ridículo?
PD: Ojalá existiera “gilipollos”, porque podría enfatizar más a quien insulto.